Hace poco más de dos semanas que el Papa estaba en España. Uno de los momentos importantes que vivió fue la bendición del templo de la Sagrada Familia en Barcelona; más de cien años de trabajo han alumbrado un espacio para la plegaria y la oración que no deja indiferente a nadie. Una obra que Antonio Gaudí comenzó, y que era muy consciente que no vería terminar. Si todo su arte es un magnífico legado para las generaciones futuras, este templo cuya construcción están llevando a termino los nietos y bisnietos de los que lo empezaron, es como un puente entre dos épocas, la fusión de muchas voluntades en una sola.

Me ha hecho pensar esta circunstancia, en tantas y tantas ocasiones en las que queremos ser los primeros, aunque lo que hagamos no sea en absoluto original ni novedoso. Parece como si el mundo comenzará con nosotros, y hasta pretendiera terminar. Que  alguien con tanto talento como Gaudí -aún sabiendo que no lo podría culminar–, comenzará una obra de tanta envergadura, indica a mi entender, que además de un genial artista era una gran persona. Es patrimonio de las grandes almas el proyectarse hacia el futuro no solo en lo que hacen, sino también en lo que ponen en manos de los otros.

También llama mi atención, el empeño de aquellos que han acogido el proyecto de Gaudí como propio. Cada época, deja su huella en forma de estilos e ideas de una cierta originalidad,  pero escribe alguna de sus mejores páginas en las ocasiones en las que sacrifica de alguna manera su propia creatividad y acoge el legado de los que le han precedido haciéndolo propio.